martes, 31 de agosto de 2010

SER o no SER

Estoy un poco enfadado con mi radio. No me refiero al receptor, me refiero a mi emisora de radio. La que llevo escuchando toda la vida, desde que recuerdo. La radio con la que, por la mañana, antes de ir al colegio, me reía mucho con "La saga de los Porretas". Con la que escuché sin entender muy bién qué estaba pasando lo que pasaba en el Congreso de los Diputados un lejano 23 de febrero. Con la que me perdí los gallos de José Angel de la Casa el día del Maltazo (el 12-1 a Malta); porque en mi casa, los partidos de fútbol se veían en la tele, pero se escuchaban en la radio. La de un programa que rompió los esquemas hace 20 años y que se llama "Hoy por hoy". La radio en la que me hubiera gustado trabajar (y ojalá llegue el día). La Sociedad Española de Radiodifusión, la SER. La mía.

Estoy un poco enfadado porque en mi radio, lo primero siempre era la radio. Hacer buena radio. Con sus más y sus menos, con su orientación política clara, pero lo más independiente posible (es mi opinión), con su publicidad y sus sintonías, sus silencios, sus guiones, con un departamento de estudio de audiencias impresionante... Lo que entendemos por hacer Radio; así, con mayúsculas. Era la mejor radio de España. Y lo sigue siendo, pero... empieza a haber peros. En los últimos meses ha escuchado muchos errores, muchos. Locuciones pobres, voces inadecuadas, sintonias que entran a destiempo (o no entran), cortes de voz que no suenan, conexiones con una calidad de sonido deficiente... . Cosas impropias e impensables de la SER hace unos meses. Lo que me molesta, lo que me enfada, es que el 90 por ciento de estos errores son evitables con algo más de planificación y esfuerzo. No entiendo por qué se producen.

Y otra cosa que no entiendo es lo que ha pasado con la redacción de Deportes. He escuchado el nuevo "Carrusel Deportivo". Digo lo de "nuevo" porque no es Carrusel.


Espero que la SER reaccione. Que se ponga a la altura y que demuestre por qué es la radio líder y por qué es mi radio. Que vuelva el esfuerzo y las ganas de hacer las cosas bien para volver a escuchar la radio perfecta. La mía.

viernes, 20 de agosto de 2010

Estamos en el aire

Respondiendo a las peticiones del oyente, vamos a ganarnos unos cuantos enemigos a través de estas letras. Después de una huelga encubierta (lo siento, chatos, pero es así, digáis como lo digáis) y de calentar el verano va y viene, con la inestimable ayuda de Fomento, los controladores aéreos se han avenido a razones y han llegado a un acuerdo salarial con AENA. Vaya por delante que la de controlador aéreo es una profesión que merece toda mi admiración y respeto. Todos aquellos que crean que los aviones vuelan solos y que el piloto automático lo hace todo y demás simplezas se equivocan de medio a medio. Los controladores de tráfico aéreo se responsabilizan de buena parte de nuestra seguridad mientras volamos, su trabajo es muy, muy difícil y muy arriesgado (es una de las profesiones con mayor riesgo cardiovascular por el stress que produce). Vaya eso por delante.

Pero las razones aducidas para realizar esa huelga encubierta de hace unos meses se parecen mucho a las que usa mi hijo de cinco años cuando no quiere que se le apague la tele después de haberse tragado a Bob Esponja durante varias horas. Por desgracia, y más en los tiempos que corren, todos los que trabajamos por cuenta ajena estamos, digámoslo suavemente, “apretadillos”. La crisis está haciendo que los trabajadores sufran, y mucho, las consecuencias de las reducciones de plantilla y los consiguientes aumentos de las cargas de trabajo. Y encima, dando gracias a que no te toque el hada ERE con su varita maléfica. Stress tenemos todos en estos momentos, lo que no justifica que nos tomemos bajas médicas curiosamente “coordinadas” (evidentemente, no estoy hablando de los casos justificados, que los habrá). Más aun, cuando a la vista de los números que se están publicando en prensa, el sueldo medio resultante del pacto al que han llegado las partes ronda los 200.000 euros anuales, dineros que yo no gano ni en tres años.

Ojo, no se me equivoquen; no estoy haciendo demagogia. Los controladores han de formarse muy duramente, pasan a través de un muy duro proceso de selección y su trabajo, como dije antes, es muy difícil y de gran responsabilidad, por lo que merecen un salario más que decente. Pero estoy seguro de que a ninguno de ellos se les ha forzado a elegir ese camino profesional, que tiene mucho de vocación; de la misma manera estoy seguro de que en este momento hay alrededor de cuatro millones y medio de personas en España a los que no les importaría sufrir el stress y las condiciones de trabajo de este colectivo para poder llevar ese dinero a casa de manera merecida.

Repito: que los controladores puedan hacer su trabajo y que sean adecuadamente retribuidos para ello. Es cierto que con la rebaja, su salario ha bajado de media un 40%. Pero echen un vistazo a las cifras comparativas: Un controlador de AENA cobra 191 euros por hora tras el acuerdo. Sus colegas del NATS británico, 96. Los de la DFS alemana, 138. Y saquen sus conclusiones. Por supuesto, invito a cualquier controlador que lo desee a hacer todos los comentarios y correcciones necesarias a lo escrito anteriormente. Del debate es de donde se obtienen las mejores ideas.

lunes, 19 de julio de 2010

¡Ya está!

Lo prometido es deuda. Vuelvo a afrontar el síndrome del folio en blanco, para desesperación de ustedes que me sufren pacientemente. He logrado quitarme de encima mi última aventura académica  (con éxito y tódo , no se vayan a creer) lo que me deja algún grado más de libertad para que las actualizaciones de este blog sean más frecuentes. Eso será después de darle a mi familia un poco de descanso y diversión, que bastante abandonados los he tenido. Como algúno de mis seguidores (benditos ellos) ya me ha señalado temas en los comentarios, intentaré prepararme para no defraudar expectativas. Sigo trabajando en una nueva versión corregida y mejorada de este blog, aunque quizá eso lleve algo más de tiempo. Pero no me olvido de ustedes. Disfruten del verano y atentos, que en unas semanas volveré a llamar a sus ventanas (de Windows o de Mac; no soy tecno-racista).

lunes, 7 de junio de 2010

La caló apretaba…

Se ve que esto de la meteorología nos afecta las meninges. Bueno, más que a las meninges, a la parte del cerebro donde quiera que se alojen las emociones y los sentimientos. No sé si será por la diferencia de presión (esto de los últimos días no son altas presiones; ¡son altísimas!) o por el aumento de las horas de sol, pero últimamente el tono de los pensamientos que me pasan por detrás de la frente (que tampoco es que sean muchos, todo sea dicho) están más cercanos al gris ceniza que al azul que adorna nuestros cielos. Particularmente, tuve un sábado bastante espesito que culminó con un ratito de insomnio fenómeno. Y eso, a mitad de puente en compañía de amigos y familia y al borde del mar. Pues nada; serotonina y demñas puñetas debieron declararse en huelga de neurotransmisores caídos. Le diré a mi amiga María que se deje de transplantes y que se ponga con esto por el bien de nuestra moral.

Yo pensaba que esto me pasaba a mí sólo, pero hete aquí que oh, sorpresa, otros amigos me dicen que están igual, sin ganas de nada, echando de menos otros sitios y otros tiempos y con ganas de mandarlo todo a paseo. Es curioso porque algunos de ellos y ellas eran de los que se quejaban de la lluvia que nos ha asolado antes de que el Lorenzo se haya apropiado de los cielos. Los que decían que ya estaba bien de agua y nubes ahora se arrastran buscando la sombra y recuperar los biorritmos perdidos.
Quizá tenga algo que ver el hecho de que sea lunes, que tengamos las vacaciones casi al alcance de la mano pero aun lejos para rozarlas y que llevemos una racha de malas noticias igual de larga que la temporada de lluvias que hemos dejado atrás.

Yo creo que el calor este que se nos ha echado encima nos ha dado la puntilla bien dada. Porque si junio ha empezado con esta bravura de más de 30 grados, no sé que nos espera a la vuelta del calendario. Queda el consuelo que ofrece una tienda tradicional madrileña de la Puerta del Sol donde venden bastones y paraguas que, en la parte baja de cada uno de sus escaparates, luce este bello rótulo: “Mañana lloverá”.

P.S. No se crean que les tengo abandonados, no. Las obligaciones profesionales, académicas y personales no me dejan mucho tiempo libre en los últimos meses. Les estoy preparando alguna novedad en este blog que con tanta paciencia aguantan ustedes. Eso es lo que les pido de momento. En unas semanas espero alcanzar la velocidad de crucero que ustedes merecen.

miércoles, 31 de marzo de 2010

El (fin del) mundo ya no es lo mismo...

Como buen aficionado a la ciencia ficción, cada vez que me entero de alguna nueva posibilidad de que el mundo salte por los aires me emociono. A ver, entiéndanme; no soy partidario de que nos quedemos sin la plaza de parking que nos ha tocado en el Universo. Pero tiene cierto intríngulis el saber que cabe la posibilidad de que nos toque la china a todos a la vez (aunque alguno se salvará, a los clásicos del género me remito).

Dicho esto, ya que nos vamos, hagámoslo por la puerta grande. Como decía el gran Javier Krahe en "La hoguera", hay maneras y maneras de ponerle el "chin-pón" final a la partitura. Lo del meteorito no crean que no tiene su aquel. Nos iba a tocar la china de manera literal y por lo  menos, los fuegos artificiales iban a ser tremendos si con un poco de suerte (válgame la expresión hablando de estas cosas) el meño cae a cierta distancia. Eso si, que sea el bueno; no vamos a andarnos con tonterias de varios meses hasta la extinción total a base de días nublados y llamadas a la puerta del super-refugio donde se habrá salvado lo más granado de la humanidad (según los cánones) a la espera de que vuelva a salir el sol. Las variantes tipo cambio del eje de rotación del planeta, desvío de órbita, colapso del sol... no me llaman tanto. No les veo la misma gracia, aunque lo del sol también tendría un bello títere visual, supongo.

Plagas, enfermedades desconocidas surgidas o no de tenebrosos laboratorios militares no, por favor. Sólo por estética, lo de las pústulas y el mal color de los zombies devoradores de carne humana sería un mal colofón.

Una buena guerra atómica vuelve a tener la ventaja de los fuegos artificiales garantizados, pero claro, ya lo tenemos muy visto en cine y televisión. Y lo de ver cómo se te van soltando del cuerpo los trozos si el pepinazo te cae a cierta distancia no debe de ser muy agradable. Además, que me acuerdo del fantástico cuento de "Cuando el viento sopla" y... bueno, que no, Ni hablar.

Ahora bien, una buena invasión extraterrestre para sojuzgar esta insensata raza de bípedos basados en la química del carbono que somos no me digan que iba a ser tremenda. Vale, también la hemos visto trescientas veces ya, pero oigan, ¡Que a gusto nos íbamos a quedar viendo por una vez a todas las naciones actuando al alimón, como un sólo hombre, para ver si, por lo menos, a los zorgianos del planeta Bort, les amargábamos la conquista! Eso sí, que digieran nuestros tejidos rápidamente cuando llegue el Banquete Final con nosotros como segundo plato.

Como pueden ver,  abogo por algún final a lo Cecil B. De Mille, con muchos efectos especiales y miles de figurantes. Por eso, qué quieren que les diga, esto de que el Colisionador de Partículas que se acaba de poner en marcha en Suiza (con gran jolgorio de los físicos del mundo) pueda apagarnos la luz definitivamente no me apetece nada. Total, ¡dos particulitas de nada que se encuentran en un vacío helador! No es esto, no es esto. Además, por lo que dicen algunos, la cosa iba a parecerse bastante a que el Universo se vacíe por un triste sumidero negro. Nada, nada. Descartado totalmente. Oigan, señores de la ciencia, si hacemos mutios por el foro gracias a un error de cálculo suyo, ¡Por lo menos den un poco de espectáculo! Dicen que antes de probar el prototipo de la bomba atómica en Alamogordo, los científicos del Proyecto Manhattan no tenian nada claro que la bola de fuego fuese a funcionar como una chispa que encendiese todo el hidrógeno de la atmósfera... Tiene muy poca gracia, pero anda que no hubiese sido tremendo. ¡Imagínense a Rita Barberá, verbigracia, proclamando que la mayor falla de la Historia se iba a producir bajo su mandato!

Les dejo, que voy a ver si acabo de conectar los condensadores de fluzo de la Máquina del Juicio Final, no vaya a ser que al final tenga yo que arreglar la cosa y encender la traca definitiva.

martes, 16 de marzo de 2010

Estimado Sr. Delibes

Espero que, por aquello de que la energía sólo se transforma, la tendencia a la entropía del Universo y la pervivencia de las unidades de información, estas letras lleguen hasta usted. Aunque sea tarde, no me queda más remedio que agradecerle públicamente una de las Matrículas de Honor que conseguí estudiando mi carrera. Seguramente, la más merecida. No por méritos propios; mas bien, por la calidad de su trabajo y la riqueza de matices que tiene. 
Allá por el año 1992, tan buen y tan malo para muchas cosas, su obra "Los santos inocentes" fue objeto de un duro debate entre quien esto escribe y la profesora de Literatura de Segundo de Periodismo, de la que lamento no recordar el nombre. La discusión se centró en el personaje del Señorito Iván. Para mí, el Señorito Iván tiene tintes claramente tremendistas, iguales que los de algunos personajes de Camilo José Cela. Creo que el Señorito Iván es un personaje lleno de excesos en todos los aspectos: excesos en su lenguaje, en su comportamiento, en su chulería y hasta en su forma de morir a manos de Azarías (otro personaje tremendista, a mi modo de ver). Si me lo permite, el Señorito Iván es un cabrón de una pieza, sólido como una roca en su maldad y, como casi todo en la película de Mario Camus, excelentemente interpretado por Juan Diego, quien le puso cara en mi imaginación desde que ví el filme. 
No le hace falta ser desabrido o marginado como el pobre Pascual Duarte, que a fin de cuentas puede encontrar disculpas a su comportamiento en la vida tremenda que soporta desde su niñez. Pero precísamente en esto, el Señorito Iván pierde toda posibilidad de redención y se convierte en más tremendista aún. Sin motivo, teniéndolo todo, se convierte en ese cabrón que quiere aun más; la mujer del administrador, la salud de Paco el Bajo, la caza y hasta la vida de la miserable milana por no haber acertado cuatro tristes disparos. 
El caso es que, durante una semana, mientras comentábamos en clase "Los santos inocentes", yo anduve erre que erre con el tremendismo del Señorito Iván, buscándole las vueltas a mi profesora. Hasta que me desafió en público anunciando que en el segundo parcial, una de las preguntas sería un comentario sobre uno de los personajes de su novela. Y claro, yo entré por derecho y titulé el comentario con un "El Señorito Iván. Un personaje tremendista" que daba gloria verlo. Expuse todo lo que le he contado antes y, efectivamente, me gané gracias a usted esa Matrícula de la que espero ahora se sienta orgulloso. Si tiene oportunidad de comentarlo con el Sr. Cela, me gustaría mucho que me hagan llegar su opinión, aunque le ruego que sea paciente para que llegue el momento de darme o quitarme la razón en este asunto en persona. No se burlen demasiado del Sr. Nobel y de los caprichos de sus herederos, por favor. No les va a hacer falta. 
Respecto a "El Hereje", estoy seguro de que a estas horas ya le ha contado a quien usted ya sabe el final de su novela, algo que también le agradezco mucho. 

Reciba usted, distinguido señor, el testimonio de mi afecto y admiración.  

lunes, 8 de marzo de 2010

La mentira y las patas cortas

Érase una vez un corredor de fondo que en unos campeonatos regionales logró una medalla de plata, con tiempo discreto, pero prometedor. Decidió que quería correr, que le gustaba la sensación de libertad y el poner su cuerpo al límite. Lo más importante: era ambicioso. Pero como casi todas las cosas en este mundo, descubrió que para correr y mantener el nivel tenía que entrenarse. Y eso ya no estaba tan bien. Se sufría mucho esforzándose todos los días para mantener el nivel. Además, cada día llegaban a la pista más y más corredores, había que pelear muy duro para estar entre los primeros y poder destacar. Como esto es un cuento, les presento a un nuevo personaje: Doña Mentira llegó un día al graderío y vió como el corredor ambicioso tenía todas las papeletas para converstirse en asociado suyo. Mentira bajó y le dijo al oído: "Yo puedo ayudarte. Sólo tienes que decirme qué tiempo quieres que anote como tuyo de los que hagan tus competidores, y tuyo será el tiempo". El corredor ambicioso, que además era tonto, decidió que era un buen trato, aun sin saber qué le pedía Doña Mentira a cambio: que cuando llegase el momento, corriese de su mano.
La progresión del corredor ambicioso y tonto empezó a ser imparable. No importaba que no se esforzase, que no entrenase y que no se cuidase: siempre mejoraba sus tiempos, robándoselos a los demás. Gracias a eso, se clasificó para unos Campeonatos del Mundo, que ganó. Logró así un buen patrocinio, y siguió robando tiempo y esfuerzos. Se mantuvo en la alta competición hasta que de repente, su patrocinador decidió no pagarle más dinero. Doña Mentira le había visitado y le había puesto sobre la pista de otro corredor. Le quitó el patrocinio y los miembros del equipo con los que entrenaba. Y de repente, se vió sin posibilidades de seguir mejorando sus tiempos. Ahora dependía de sí mismo para lograr otro patrocinador. "No importa" pensó el corredor ambicioso y tonto. "Con mi fama, no tardaré en encontrar otro patrocinador mejor". Y así fue.
Pero Doña Mentira se atuvo al trato: "Ahora habrás de correr de mi mano". El nuevo patrocinador, que lo había contratado pensando en una centella sobre la pista, se encontró con un corredor ambicioso, tonto y mediocre que corría muy despacio, porque Doña Mentira tienía las patas muy cortas. El patrocinador pensó que el corredor había tenido un mal día y esperó a tiempos mejores. Pero a la tercera carrera, decidió que su dinero valía más que el corredor ambicioso tonto y mediocre y le retiró el patrocinio. Hubo hasta un tercer patrocinador, que no esperó mas que a la segunda carrera.
El corredor ambicioso, tonto y mediocre no tuvo más remedio que seguir buscando patrocinadores enseñando sus buenos cronos y medallas robadas a otros con ayuda de Doña Mentira. Pero no llegó a darse cuenta de que, a partir de ese momento, los patrocinadores le iban a pedir lo que a todos los demás corredores: que demostrasen su capacidad de esfuerzo y de hacer buenos tiempos. Cuando llegue el momento (ojalá sea pronto, por su propio bien),  el corredor ambicioso, tonto y mediocre deberá entender que tiene que dejar de ir de la mano de Doña Mentira. Porque tiene las patas muy cortas, y no te deja nunca correr a toda velocidad.
Y es que es indignante que a los buenos corredores les roben las medallas.

viernes, 19 de febrero de 2010

Dos meses y 19 días después...

Bueno, ya estamos aquí. La suerte es que como esto es un experimento, nadie me habrá echado de menos... Ya está configurado el blog, ya están los colorines bien puestos y ya está la vieja sensación de página en blanco. Vayan preparándose, que empieza la cuesta abajo.